viernes, 27 de enero de 2012

La Psicología Evolutiva


La psicología evolutiva (evopsi) estudia como la evolución de nuestra especie nos ha moldeado, y hemos heredado nuestra psicología de adaptaciones ancestrales a ambientes hostiles.
Nuestro equipamiento actual -es decir, nuestro cerebro y por extensión toda nuestra psicología- es el resultado de presiones ambientales, limitaciones que nuestros ancestros conocieron en tiempos remotos. Estos ambientes a los cuales se enfrentaron nuestros antepasados tuvieron un impacto directo sobre nuestro linaje. Según los psicólogos evolutivos, aun cuando el mundo de hoy en día no tiene más que una relación lejana con el de nuestros parientes muy distantes, de ellos recibimos el conjunto de genes que caracterizan al ser humano (pool genético) y todo lo que esos genes modelan. Incluidas nuestras capacidades para percibir, recordar, razonar, decidir, actuar y utilizar un lenguaje: toda nuestra psicología, tanto nuestra funciones cognitivas como las emociones, es la herencia prolífica de la época en que la naturaleza humana fue moldeada. Es así como la psicología evolutiva reúne la teoría de la evolución con la psicología cognitiva, ya que se interesa en la mente, sus diversas funciones –percepción, memoria, cálculo, decisiones, lenguaje- y la manera en que éstas tratan la información.
Nuestra raíces, aun psicológicas, son biológicas; cómo sus fundamentos son orgánicos, y por lo tanto nuestra naturaleza humana está limitada y al menos parcialmente determinada por una base innata. Al respecto Steven Pinker nos dice que no somos una “tabla rasa”, sino que además no se inclina más por una bondad innata que por una maldad intrínseca. La evolución, y con ella su mecanismo general, la selección natural, es moralmente neutra: no lleva en sí una carga política, ni ética, ni jurídica, sino simplemente un efecto selectivo más o menos fuerte según las condiciones.
La psicología evolutiva enseña tres puntos:
Nuestro cerebro, así como todo el resto, es un producto de la evolución y, como tal, sus sorprendentes capacidades y su potencial son resultado de un proceso compartido por otras especies.
Existe una base innata, biológica, origen de nuestro funcionamiento psicológico, aunque sin duda resulte limitante.
Pero nuestras estructuras biológicas también son capaces de general funciones (como la decisión y creatividad moral) que nos permite juzgar y actuar moralmente.
Pinker se apoyó en los siguientes puentes entre nuestra biología y nuestras culturas, nuestra naturaleza innata y nuestros rasgos adquiridos:
Las ciencias cognitivas, que estudia que existen prerrequisitos, como cierta arquitectura cognitiva de la mente.
Las neurociencias, que ponen al descubierto, progresivamente, los vínculos entre nuestra psicología y ese órgano tan particular que es el cerebro, por un lado, y la manera en que nuestra bioquímica termina produciendo una mente consciente.
La genética conductista, que permite entender cómo los genes interactúan con los ambientes y determinan el desarrollo del individuo, sus oportunidades y dificultades, e incluso sus rasgos generales. Se trata, sin ir más lejos, de indicios preciosos sobre la existencia de una condición innata básica e innegable.
La psicología evolutiva, que permite encarar las razones por las cuales nuestra especie es la que es, las condiciones que vieron nacer nuestra manera de ser y de actuar y, más especialmente, los rasgos cognitivos y emocionales que nos hacen particulares como miembros de la especie humana.

Referencia
Meyer, C. (2010). Los Nuevos Psi. Buenos Aires: Sudamericana.

Dr. Félix Piñerúa Monasterio

miércoles, 25 de enero de 2012

La Ínsula


La corteza insular se encuentra adentro de la fisura lateral. Tiene conexiones con muchas estructuras relacionadas con el límbico, incluyendo el área entorrinal, el hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal, así como la corteza motora y los ganglios basales. La corteza insular también tiene interconexiones con áreas de asociación sensoriales y se le considera la zona viscerosensorial cortical. Se ha sugerido que es un portal entre las zonas somatosensoriales y el sistema límbico y ha sido incluida como componente de la corteza de integración límbica. El polo temporal, la corteza prefrontal orbital y la ínsula son reconocidos como componentes de la corteza paralímbica.
La ínsula se activa durante la excitación sexual en los hombres. La ínsula anterior a la derecha soporta el conocimiento consciente de la actividad visceral, incluyendo el gusto. La ínsula anterior izquierda se activa en respuesta a todos los olores mientras que la ínsula derecha se activa con olores desagradables. La ínsula posterior ha sido identificada como la corteza del control cardíaco. También juega un papel importante en la apreciación de los aspectos emocionales del dolor. La ínsula es un componente del circuito articulatorio, el cual es importante para procesar el material verbal y se activa durante la generación del habla interna.
Se ha reportado que los tumores insulares provocan ataques parciales que comienzan con sensaciones de mariposas en la garganta o cosquilleo en el brazo después de un bochorno. Los pacientes que desarrollan síntomas de pánico con infusión de lactato muestran aumento en el flujo sanguíneo bilateralmente en los lóbulos temporales, corteza insular, colículo superior del tallo cerebral y el putamen. El incremento en el flujo sanguíneo durante la ansiedad anticipada en la corteza insular anterior ha servido como centro de alarma. La tristeza recordada en sujetos normales produce la activación de la ínsula anterior. Los resultados sugieren que la corteza insular anterior participa en la respuesta emocional a estímulos cognoscitivos o sensoriales interoceptivos especialmente dolorosos. La activación de la corteza insular puede reflejar su papel en el control cardíaco. La ínsula también responde a estímulos gustativos.

Referencia
Clark, D., Boutros, N y Méndez, M. (2010). El Cerebro y la Conducta: México: Manual Moderno.

Dr. Félix Piñerúa Monasterio

viernes, 13 de enero de 2012

Neurotrasmisión Colinérgica y Aprendizaje


El término “colinérgico” se usa para designar las neuronas y sus vías de proyección, que sintetizan y liberan acetilcolina (Ac) como neurotrasmisor.
La Ac está ampliamente distribuida en el sistema nervioso y, probablemente, tiene un papel importante en el desarrollo de la corteza cerebral y en la actividad cortical al controlar el flujo sanguíneo cerebral y el ciclo vigilia-sueño, así como también en la modulación de los procesos de aprendizaje y memorización.
Se ha propuesto que la pérdida importante de las neuronas colinérgicas del complejo colinérgico basal anterior demostrada en la Enfermedad de Alzheimer, y en menor grado durante el envejecimiento normal, podría ser, parcialmente, la causa del déficit cognitivo observada.
Debido a que las vías colinérgicas inervan todas las áreas corticales, pueden potencialmente, influir en los aspectos relacionados con la conducta y el proceso cognitivo. De igual forma, la alta intervención colinérgica de áreas límbicas, como el hipocampo y la amígdala, sugiere que estas vías son particularmente críticas en el proceso de memorización.

Referencia
Mohamad, H., Villasmil, S y Espinoza, J. (2011). La Enfermedad de Alzheimer. México: Trillas.

Dr. Félix Piñerúa Monasterio

martes, 3 de enero de 2012

El Inconsciente Emocional y la Plasticidad Sináptica



Joseph LeDoux nos dice que conocemos todas nuestras emociones: el miedo, la ira, el placer, la alegría, etc. Podríamos describirlas a todas, hablar de ellas. Decir que es lo agradable o lo penoso. Pero las emociones implican más de lo que experimentamos, un verdadero “inconsciente personal” explica una gran parte de sus acciones. No existe un único sistema para regular nuestras emociones, sino varios; uno por cada una de ellas.
Un sistema emocional es una herramienta de supervivencia; desarrollada en nuestro cerebro en el transcurso de la evolución, es esencial para la satisfacción de nuestras necesidades vitales. La amígdala, una estructura situada en el área prefrontal de cada lado del cerebro, coordina todo el sistema que activa las reacciones de miedo en este órgano. La amígdala recibe información de nuestras aéreas sensoriales y reacciona en función de las mismas. Se comunica con el hipocampo, una de las zonas claves de la memoria de los contextos, que a su vez la influencia. Cuando el entorno se vuelve peligroso, la amígdala genera reacciones corporales de defensa, gracias a sus conexiones de salida. Por último, las deja lista en las capas superiores del cerebro, para reaccionar cuando se necesite.
LeDoux puso en evidencia esas propiedades y aunque no es el pionero de los estudios sobre las emociones, denunció su principal error: creer que existía un “sistema límbico” responsable de todas las emociones. También sacó a la luz el hecho de que, para que las emociones nos sean útiles, nos hace falta una memoria emocional.
Por lo tanto, los disfuncionamientos son posibles: cuando la amígdala se activa en contextos inadecuados, las ansiedades, fobias y miedos irracionales invaden lo cotidiano. Si la amígdala se pone en funcionamiento, un simple vértigo a las alturas puede degenerar en fobia al avión.
Existen otros sistemas además del relacionado con el miedo: para otras emociones (en particular el amor, cuyo circuito implica otros núcleos diferentes de la amígdala); para crear y reavivar los recuerdos (en este caso la estructura indispensable es el hipocampo, situado en el centro del cerebro; para comprender y hablar un idioma; etc.
Nuestro cerebro se compone de células muy especiales: las neuronas. Éstas pueden recibir y emitir señales, por vías químicas y eléctricas; así las neuronas se comunican entre sí y forman redes muy complejas, las sinapsis. Pero esas redes no están organizadas al azar, son la materia prima de nuestro cerebro y de estructuras tales como la amígdala. Nuestras sinapsis son plásticas, es decir, maleables; son capaces de cambiar con el paso del tiempo y de unir más o menos las neuronas entre sí. Las sinapsis se modifican en función de las informaciones recibidas por las neuronas y de las consecuencias de nuestras acciones. Entonces se haba de plasticidad sináptica. Dicho de otra manera, si nuestro cerebro puede aprender y transformarse, es por ese mecanismo biológico.
La manera en que funcionan las sinapsis está determinada, en parte, por nuestros genes. Por lo tanto, las uniones de neuronas también son, indirectamente, producto genético. Nuestro entorno hace el resto, provee las señales exteriores que van a regular la plasticidad sináptica.

Referencia
Meyer, C. (2010). Los Nuevos Psi. Buenos Aires: Sudamericana.

Dr. Félix Piñerúa Monasterio