jueves, 7 de marzo de 2013

El Origen del Mal


La sombra personal constituye un asunto completamente subjetivo pero la sombra colectiva, por su parte, configura la realidad objetiva a la que comúnmente llamamos mal. El Zeitgeist (el espíritu de la época) de cada generación tiñe nuestra percepción de lo que es el bien y lo que es el mal.
En el Antiguo Egipto el mal era personificado en la figura del dios Set, el hermano malvado de Osiris. Set representaba el árido desierto, la causa de todas las sequias y plagas. En la mitología  persa,  la vida era simbolizada como una batalla entre Ahura-Mazda, que representaba la fuerza de la vida, portadora de luz y de verdad, y Ahriman, que representa la fuerza de la maldad colectiva, la mentira, la enfermedad y la muerte. Para la cultura hindú el bien y el mal se alternan en un incesante ciclo. Por lo que el sabio no se identifica con el bien ni con el mal, no está ligado absolutamente a nada.
Para la mitología griega el mal colectivo es una creación divina. Todos los dioses presentan una extraordinaria correspondencia psicológica con nuestro mundo de hubris y de sombras. Se trata de fuerzas arquetípicas, de fenómenos reales y palpables que se originan más allá del mundo de causas y efectos pero que se manifiestan entre los seres humanos. En los grades mitos griegos el mal es una fuerza preexistente con la que deben contar los mortales.
La sombra colectiva puede convertirse en un fenómeno de masas y hacer que naciones enteras se vean poseídas por las fuerzas arquetípicas del mal. Esto puede explicarse por un proceso inconsciente denominado participation mystique, un proceso mediante el cual los individuos y los grupos se identifican emocionalmente con un objeto, una persona o una idea y dejan de lado cualquier tipo de discriminación moral. Este fenómeno colectivo es el que sustenta la identificación con una ideología o un líder que da cauce de expresión a los miedos y sentimientos de inferioridad de toda una colectividad. Y los pocos que no quedan atrapados en tal fenómeno colectivo corren el peligro de convertirse en victimas de él.
La mayoría de nosotros solemos utilizar como estrategia de enfrentamiento, la evitación y la negación. Pero la negación del mal constituye la forma más peligrosa de pensar.
Nuestra única posibilidad de afrontar los problemas de la maldad consiste en asumir nuestra propia responsabilidad personal. Debemos reconocer la objetividad arquetípica del mal como el espantoso semblante de una fuerza sagrada que no sólo contiene el crecimiento y la maduración sino que también encierra destructividad y podredumbre. Sólo entonces podremos relacionarnos con nuestros semejantes considerándolos como víctimas en lugar de hacerlo como chivo expiatorio.

Referencia
Zweig, C. y Abrams, J. (2012). Encuentro con la Sombra. Barcelona: Kairós.

Dr. Félix Piñerúa Monasterio