El coconstructivismo biocultural puede verse como un caso de una ontología trigenérica cuyos géneros señalados son el cerebro, la conducta y la cultura. Por lo pronto, estas tres entidades responden respectivamente a M1 (cerebro), M2 (conducta) y M3 (cultura). Más importante que esta correspondencia, es la codeterminación mutua (más que meramente interacción) según se entienden las relaciones entre las tres unidades, como destaca su identificación precisamente como coconstructivismo.
La metáfora del coconstructivismo biocultural (cerebro-conducta-cultura) se opone tanto al reduccionismo biologicista como al culturalismo. La postura neurocientifica habría pasado por alto, de acuerdo con Baltes, que el cerebro también es variable dependiente, comoldeada por la conducta y la cultura. Al respecto Baltes y col (2006) dice que el cerebro, la conducta y la cultura constituyen un sistema de influencias recíprocas e interactivas, mecanismos y resultados, con que cada uno es afectado por el otro en el pasado, el presente y el futuro y en cada una de las mayores dimensiones del desarrollo humano -la evolución y la ontogenia.
Tres aspectos de esta perspectiva son de destacar. Uno es el entendimiento y estudio de que el desarrollo ontogenético implica cambios en las condiciones biológicas, conductuales y ambientales, tanto en un nivel molar (por ejemplo, orgánico, conductual, ambiental) como molecular (por ejemplo, genético, neuronal, cognitivo-perceptivo y estimular). Se entiende que la cultura (M3) ejerce influencias momento a momento sobre procesos moleculares a nivel genético, epigenético, neuronal, (M1), a través de actividades cognitivoconductuales, (M2), y de forma reciproca. Quiere decir que las fluctuaciones de la conducta y el ambiente tienen un reflejo en el cerebro y otros sistemas del organismo más o menos dependientes del cerebro (por ejemplo, el sistema cardiovascular, el digestivo y el inmunológico).
Otro aspecto de esta perspectiva se interesa en el concepto de «niveles de análisis» y diferentes formas de herencia: genética, epigenética, conductual y simbólica, de acuerdo con la evolución en cuatro dimensiones planteada por Eva Jablonka y Marion Lamb. Donde cada una de estas formas de herencia puede proporcionar variaciones sobre las que actúa la selección natural y algunas de ellas surgen en respuesta a condiciones evolutivas consistentes en cambios ambientales y formas de vida debidas a las conductas de los organismos.
Un tercer aspecto a señalar es la plasticidad cerebral, conforme el desarrollo del cerebro depende del aprendizaje y la experiencia. El coconstructivismo biocultural distingue tres tipo de plasticidad: neurobiológica (genético-neuronal-corporal), cognitivoconductual y sociocultural, todas ellas interrelacionadas a lo largo de la vida.
Referencia
Pérez, M. (2011). El Mito del Cerebro Creador. Cuerpo, conducta y cultura. Madrid: Alianza.
Dr. Félix Piñerúa Monasterio
martes, 29 de noviembre de 2011
miércoles, 23 de noviembre de 2011
La Psique y el Alma en los Antiguos Griegos
El término psyché, o psique en castellano, es muy antiguo, ya Homero (siglo VIII a.C.) habla de psyché solamente en los momentos en los que el hombre pierde el sentido o está a punto de morir, y, en particular, cuando pasa a la otra vida. El alma homérica sale de la boca con el último suspiro, o bien de la herida mortal del cuerpo, y se va volando al Hades, donde permanece como imagen o como sombra vana del difunto en estado de inconsciencia. Homero considera como verdadero hombre justamente el cuerpo del hombre, en contraposición a una psyché que es su sombra.
En la doctrina órfica, siglo VI a.C., la psyché es un demon que se esconde en el hombre y que ha caído en el cuerpo para expiar una culpa. El alma, en cuanto es precisamente de origen divino, no sólo preexiste sino que sobrevive al cuerpo, y sr distingue del mismo como algo totalmente diferente. De este modo, nace la contraposición de alma y cuerpo que da a la vida un significado totalmente distinto del que expresaban los poemas homéricos. En efecto, el alma de los órficos sigue aún totalmente separada de la inteligencia y de la consciencia, y, en cierto aspecto, en antítesis con ellas.
Los presocráticos (siglo VII a.C., hasta las últimas manifestaciones del pensamiento griego no influidas por el pensamiento de Sócrates) asociaron de varias maneras el alma con el principio eterno del cual derivan todas las cosas y, por tanto, también con la inteligencia.
Heráclito (535 - 484 a.C.) llama al alma del hombre vivo psyché; para él el hombre consta de alma y cuerpo, y el alma posee cualidades que se distinguen fundamentalmente de las del cuerpo y de los órganos corpóreos, queriendo expresar que el alma en contraposición al cuerpo, es algo ilimitado.
Sócrates (470 – 399 a.C.), en relación a sus predecesores, adquiere consciencia precisa y clara de que el alma es la actividad inteligente y moral del hombre, e invierte así no sólo la visión homérica, sino también la de los órficos, que consideraban que el alma manifiesta su actividad precisamente cuando lo que llamaríamos el yo “normal” de la vigilia está en suspenso –en sueños, visiones, trances. Es con Sócrates que tiene lugar la revolución del significado del término psiché, y tal revolución se impuso de manera decisiva precisamente por influencia suya: el hombre es su alma, y la tarea suprema del hombre consiste en el cuido del alma. Así la palabra griega psiché, pasó a significar “espíritu pensante”, capaz de tomar decisiones en el plano moral y también de alcanzar el conocimiento científico.
A partir de Platón (427 – 347 a.C.) el alma debe considerarse como una fuerza capaz de pensar y de actuar de manera autónoma. Ello supone la aceptación de una premisa: la de que existe un “yo”, un “alma”, una consciencia que a sí misma se gobierna y que en sí misma halla los motivos de sus propios actos, sin necesidad de acudir a la imitación de la experiencia poética.
Para Aristóteles (384 – 322 a.C.) la vida es automovimiento, y por consiguiente el alma será también esencialmente automovimiento. Sin embargo, su movimiento está causado y determinado por el ambiente circundante que le ofrece el alimento y con ello le hace posible el respirar, el crecer, no menos que el percibir sensorialmente y el apetecer, mediante todo lo cual se realiza el movimiento local de todo lo viviente. Así tenemos la entelequia que significa para Aristóteles tanto como lo acabado, lo completo, lo que ha alcanzado su meta y fin. Y esto ocurre cuando se da una realidad de tal modo constituida que corresponde a la idea que le prefija un fin. Alma, pues, significa la idea y el todo, el sentido y el finalismo de un cuerpo viviente, es decir, todo en él se da en razón del todo, se subordina a un fin como un instrumento, con lo que se nos aclara el primitivo sentido del concepto de orgánico.
Referencias
Hirschberger, J. (1997). Historia de la Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder.
Reale, G. (2002). Platón. En Búsqueda de la Sabiduría Secreta. Barcelona: Herder.
Dr. Félix Piñerúa Monasterio[
En la doctrina órfica, siglo VI a.C., la psyché es un demon que se esconde en el hombre y que ha caído en el cuerpo para expiar una culpa. El alma, en cuanto es precisamente de origen divino, no sólo preexiste sino que sobrevive al cuerpo, y sr distingue del mismo como algo totalmente diferente. De este modo, nace la contraposición de alma y cuerpo que da a la vida un significado totalmente distinto del que expresaban los poemas homéricos. En efecto, el alma de los órficos sigue aún totalmente separada de la inteligencia y de la consciencia, y, en cierto aspecto, en antítesis con ellas.
Los presocráticos (siglo VII a.C., hasta las últimas manifestaciones del pensamiento griego no influidas por el pensamiento de Sócrates) asociaron de varias maneras el alma con el principio eterno del cual derivan todas las cosas y, por tanto, también con la inteligencia.
Heráclito (535 - 484 a.C.) llama al alma del hombre vivo psyché; para él el hombre consta de alma y cuerpo, y el alma posee cualidades que se distinguen fundamentalmente de las del cuerpo y de los órganos corpóreos, queriendo expresar que el alma en contraposición al cuerpo, es algo ilimitado.
Sócrates (470 – 399 a.C.), en relación a sus predecesores, adquiere consciencia precisa y clara de que el alma es la actividad inteligente y moral del hombre, e invierte así no sólo la visión homérica, sino también la de los órficos, que consideraban que el alma manifiesta su actividad precisamente cuando lo que llamaríamos el yo “normal” de la vigilia está en suspenso –en sueños, visiones, trances. Es con Sócrates que tiene lugar la revolución del significado del término psiché, y tal revolución se impuso de manera decisiva precisamente por influencia suya: el hombre es su alma, y la tarea suprema del hombre consiste en el cuido del alma. Así la palabra griega psiché, pasó a significar “espíritu pensante”, capaz de tomar decisiones en el plano moral y también de alcanzar el conocimiento científico.
A partir de Platón (427 – 347 a.C.) el alma debe considerarse como una fuerza capaz de pensar y de actuar de manera autónoma. Ello supone la aceptación de una premisa: la de que existe un “yo”, un “alma”, una consciencia que a sí misma se gobierna y que en sí misma halla los motivos de sus propios actos, sin necesidad de acudir a la imitación de la experiencia poética.
Para Aristóteles (384 – 322 a.C.) la vida es automovimiento, y por consiguiente el alma será también esencialmente automovimiento. Sin embargo, su movimiento está causado y determinado por el ambiente circundante que le ofrece el alimento y con ello le hace posible el respirar, el crecer, no menos que el percibir sensorialmente y el apetecer, mediante todo lo cual se realiza el movimiento local de todo lo viviente. Así tenemos la entelequia que significa para Aristóteles tanto como lo acabado, lo completo, lo que ha alcanzado su meta y fin. Y esto ocurre cuando se da una realidad de tal modo constituida que corresponde a la idea que le prefija un fin. Alma, pues, significa la idea y el todo, el sentido y el finalismo de un cuerpo viviente, es decir, todo en él se da en razón del todo, se subordina a un fin como un instrumento, con lo que se nos aclara el primitivo sentido del concepto de orgánico.
Referencias
Hirschberger, J. (1997). Historia de la Filosofía. Tomo I. Barcelona: Herder.
Reale, G. (2002). Platón. En Búsqueda de la Sabiduría Secreta. Barcelona: Herder.
Dr. Félix Piñerúa Monasterio[
Suscribirse a:
Entradas (Atom)