La sombra personal
constituye un asunto completamente subjetivo pero la sombra colectiva, por su
parte, configura la realidad objetiva a la que comúnmente llamamos mal. El
Zeitgeist (el espíritu de la época) de cada generación tiñe nuestra percepción
de lo que es el bien y lo que es el mal.
En el Antiguo Egipto el mal
era personificado en la figura del dios Set, el hermano malvado de Osiris. Set representaba
el árido desierto, la causa de todas las sequias y plagas. En la mitología persa,
la vida era simbolizada como una batalla entre Ahura-Mazda, que
representaba la fuerza de la vida, portadora de luz y de verdad, y Ahriman, que
representa la fuerza de la maldad colectiva, la mentira, la enfermedad y la
muerte. Para la cultura hindú el bien y el mal se alternan en un incesante
ciclo. Por lo que el sabio no se identifica con el bien ni con el mal, no está
ligado absolutamente a nada.
Para la mitología griega el
mal colectivo es una creación divina. Todos los dioses presentan una extraordinaria
correspondencia psicológica con nuestro mundo de hubris y de sombras. Se trata de fuerzas arquetípicas, de fenómenos
reales y palpables que se originan más allá del mundo de causas y efectos pero
que se manifiestan entre los seres humanos. En los grades mitos griegos el mal es
una fuerza preexistente con la que deben contar los mortales.
La sombra colectiva puede
convertirse en un fenómeno de masas y hacer que naciones enteras se vean poseídas
por las fuerzas arquetípicas del mal. Esto puede explicarse por un proceso
inconsciente denominado participation
mystique, un proceso mediante el cual los individuos y los grupos se
identifican emocionalmente con un objeto, una persona o una idea y dejan de
lado cualquier tipo de discriminación moral. Este fenómeno colectivo es el que
sustenta la identificación con una ideología o un líder que da cauce de
expresión a los miedos y sentimientos de inferioridad de toda una colectividad.
Y los pocos que no quedan atrapados en tal fenómeno colectivo corren el peligro
de convertirse en victimas de él.
La mayoría de nosotros
solemos utilizar como estrategia de enfrentamiento, la evitación y la negación.
Pero la negación del mal constituye la forma más peligrosa de pensar.
Nuestra única posibilidad de
afrontar los problemas de la maldad consiste en asumir nuestra propia
responsabilidad personal. Debemos reconocer la objetividad arquetípica del mal
como el espantoso semblante de una fuerza sagrada que no sólo contiene el
crecimiento y la maduración sino que también encierra destructividad y podredumbre.
Sólo entonces podremos relacionarnos con nuestros semejantes considerándolos como
víctimas en lugar de hacerlo como chivo expiatorio.
Referencia
Zweig, C. y Abrams, J.
(2012). Encuentro con la Sombra.
Barcelona: Kairós.
Dr. Félix Piñerúa Monasterio