Después del nacimiento, un
ambiente seguro y estimulante que vaya planteando objetivos alcanzables al niño
en crecimiento favorecerá el desarrollo de su cerebro y la vida cultural
promovida por el lenguaje es fundamental en ello.
El desarrollo de nuestro
lenguaje materno nos demuestra como el entorno sigue programando algunos de los
sistemas cerebrales también después del nacimiento. La lengua materna es
independiente de nuestra herencia genética y siempre viene determinada por el
ambiente cultural en el que el niño crece durante el período crítico en que se
desarrolla el lenguaje. La adquisición de la lengua materna no sólo deja una
fuerte impronta en el desarrollo cerebral, sino que es crucial para muchos
aspectos del desarrollo del niño.
Durante nuestros primeros
años de vida, nuestro ambiente determina la formación de los sistemas
cerebrales relacionados con el lenguaje. Más adelante, una vez pasado el período
crítico de desarrollo de nuestro sistema lingüístico, si intentamos aprender un
idioma nuevo, lo hacemos con acento. En los niños que tienen entre nueve y once
años, las áreas del cerebro que procesan las palabras y la información visual todavía
se solapan. En los adultos se ha producido una especialización y esos dos tipos
de información son procesadas en áreas distintas. El entorno lingüístico induce
cambios permanentes en las estructuras y funciones cerebrales. Dependiendo de
si una persona tiene como lengua materna el japonés o una lengua occidental,
producirá las vocales y los sonidos parecidos a los que emiten los animales con
la corteza derecha o la izquierda, independientemente de su legado genético. En
la corteza frontal se halla un área crucial para el lenguaje: el área de Broca.
Cuando alguien aprende una segunda lengua de adulto, emplea una subárea dentro
de ella. Pero, cuando la persona crece en un ambiente bilingüe, las dos lenguas
utilizan la misma área frontal. El núcleo caudado izquierdo controla cuál es el
sistema lingüístico que se utiliza. La lengua y el entorno cultural determinan
no sólo los sistemas cerebrales implicados en la producción del habla, sino también
como interpretamos las expresiones faciales y cómo analizamos las imágenes y el
entorno que nos rodea. Así, los japoneses y los habitantes de la Nueva Guinea
no pueden distinguir bien entre una expresión de miedo y una de sorpresa,
mientras que los chinos, a diferencias de los norteamericanos, no se fijan sólo
en el objeto principal, sino que lo contemplan en relación con su entorno. Cuando
efectuamos cálculos mentales, los chinos utilizan en parte otras áreas cerebrales
que los occidentales. Ambos emplean los mismos números árabes y la parte
inferior de la corteza parietal, pero los occidentales utilizan más los
circuitos lingüísticos para procesar los números, mientras que los chinos
emplean más los circuitos visuales y motores. Esto se explicable por el hecho
de que los chinos crecen aprendiendo caracteres.
Referencia
Swaab, D. (2014). Somos Nuestro Cerebro. Barcelona: Plataforma.
Dr. Félix Piñerúa Monasterio