Los
griegos en los “Poemas Órficos”, nos hablan de Nyx, la noche increada, que fue
la primera en existir y que era concebida “como pájara de alas negras
revoloteando sobre la vasta obscuridad vacía y sin forma”. Nyx, sin haber
tenido pareja, puso un huevo, origen de todo que, al abrirse, dejó salir a Eros,
el de las alas doradas. Eros se halla, pues, desde el comienzo de los tiempos,
jugando un importantísimo papel en el destino del mundo y de los hombres.
Posteriormente aparece la versión alternativa que hacía a Eros hijo de
Afrodita con Ares (más comúnmente), Hermes o Hefesto, o de Poros y Penia, o a
veces de Iris y Céfiro. Este Eros era un ayudante de Afrodita, que dirigía la
fuerza primordial del amor y la llevaba a los mortales. En algunas versiones
tenía dos hermanos llamados Anteros, la personificación del amor correspondido,
e Hímero, la del deseo sexual.
Bacón, en el análisis del
“mito de Cupido” nos dice: el amor parece ser el apetito o incentivo de la
materia primitiva, el movimiento natural o el principio que mueve los
corpúsculos originales, siendo el más antiguo y único poder que hizo y forjó de
la materia todas las cosas.
Esto lo había previamente
confirmado entre los pre-socráticos Parmenides cuando confirma que “lo
primerísimo, de entre todos los dioses el primero, el Amor se formo”.
Empedocles postuló la
existencia de un Ser imperecedero, que actuaba movido por dos fuerzas
contrarias: el amor y el odio.
Platón en el Timeo nos habla
de que “Dios mueve el sol y las demás estrellas por la fuerza del amor”.
Diotima en revelaciones
secretas a Sócrates le confiesa que “el verdadero amor no es aquel que aspira a
la posesión de la persona amada, sino el que es capaz de elevarse por encima de
quien lo inspira para llegar, en una escala ascendente, al fin supremo” y
continua Diotima “Porque creyendo las cosas buenas es como los seres dichosos
son dichosos y no hay necesidad de preguntar por qué el que quiere ser dichoso
quiere serlo”. Es por lo tanto egocéntrico. Toda su actividad: la búsqueda de
lo superior la posesión de lo bueno y la obtención de la felicidad están,
indudablemente, centradas en el Yo.
Platón distingue dos Eros:
uno el Eros vulgar, hijo de la Afrodita “vulgar” o Pandemia, hija de Zeus y
Dione y el otro, el Eros celeste o divino, hijo de Afrodita superior o Urania,
“hija de Urano que no tiene madre”. El Eros vulgar “solo inspira acciones
bajas”, mientras que el Eros divino “es celeste por sí mismo; es útil a los
particulares y a los Estados y digno para todos de ser objeto de principal
estudio, puesto que obliga al amante y al amado a vigilarse a sí mismo y a
esforzarse en hacerse mutuamente virtuosos”.
El Eros pedagógico obligaba
al preceptor a dedicarse al mejoramiento y la educación del aprendiz y, por
medio del adoctrinamiento y el ejemplo, convertirlo en un hombre cabal. Debería
verse completamente libre de sexo (proceder de Eros y no contaminarse con
Afrodita). Este era el ideal de los filósofos.
Regresando a la mitología,
Zeus, celoso del poder de Eros lo destierra del Olimpo y lo confinó a Chipre,
donde fue amamantado por las fieras.
El tema del amor gozaba de
gran amplitud de manifestaciones entre los griegos, así tenemos que Eros,
Philia, Ágape, Stergein, Erastein, eran términos con que ellos diferenciaban el
amor.
Philia era también el amor,
pero tenía un tono más libre de sexualidad que Eros. Se trataba, más bien, de
un amor o acercamiento afectuoso entre dos personas. Esta palaba designaba
cualquier sentimiento de cariño o afecto entre dos personas, pero los filósofos
distinguían cuatro clases: la philia natural o parental (physiké), que unía a
aquellos de la misma sangre; la philia entre anfitrión y huésped (xeniké), que
indicaba la importancia de las virtudes de la hospitalidad; la philia ente
amigos (hetairike), que corresponde solamente a la amistad; por último la philia
amorosa (erotiké), entre personas del mismo o diferente sexo.
Eunoia, devoción dedicación.
Storgé, ternura.
Stergein, señala el amor que
emana de un superior hacia un inferior.
Erastein, significaba amor,
pero tenía un tinte más sexual. El amante era un erasteis.
Pothos, deseo. Su equivalente romano era Cupido (‘deseo’), también conocido como Amor.
Charis, gratitud y bondad.
Ágape, afecto desinteresado.
Es un sustantivo creado por San Pablo der verbo agapan. Se trataría de un amor
no de deseo ni posesivo, sino más bien, de entrega.
Manía, pasión desatada
Amor en el Antiguo
Testamento
El verbo amar es expresado
como aheb y amor como ahabah y es interesante porque el mismo verbo se usa para
el amor a Dios y el amor entre los hombres y su empleo se extiende desde el amor sensual hasta el amor entre
familiares y el amor al prójimo.
Amor Cortesano
En el siglo XII el amor se trata
de un amor imposible, de un amor “puro”, de un amor de completa entrega a “una
bella que siempre dice no”. Parece, pues, que para la verdadera existencia de
este amor, es necesaria la constante frustración; parece que, si la completa
unión de los enamorados se realizara, ello bastaría para despojarlo de sentido.
Si él “no es posible en esta vida”, debe encontrar su culminación en la muerte. Este tipo de amor
reaparece en el siglo XIX y se infiltra en el amor “romántico”. Y entre el
siglo XII y el XIX tenemos la novela “caballeresca”, a Wagner, a los novelistas
victorianos, a Shakespeare, Goethe y por supuesto nuestro Cervantes y su
Quijote. Para Kant, el amor tiene que ver con los sentimientos, no con la
voluntad o volición y yo no puedo amar porque deseo hacerlo y aun menos porque
debería hacerlo (no puedo sentirme obligado a amar por necesidad) por lo tanto,
no hay tal cosa como el deber de amar. Mientras que para Shopenhauer, siglo
XIX, y su famosa teoría de que el llamado amor no es más que un disfraz del
instinto de reproducción quien nos dice “el amor es una estratagema empleada
por la naturaleza para llegar a su fin que, en realidad, no es otro que la
creación de un nuevo ser determinado por la naturaleza”.
En Freud, siglo XX, el amor
es una manifestación del instinto sexual (libido), por lo que los aspectos no
sexuales del amor no son otra cosa que manifestaciones del mismo instinto que
por hallarse “inhibido en su fin”, da origen al cariño, la ternura, la amistad,
etc.
“la necesidad más profunda
del hombre es la de superar su estado de separación, de abandonar la prisión de
su soledad… La experiencia de separación produce angustia; es en verdad, la
fuente de toda angustia”.
Erik Fromm
Dr. Félix Piñerúa Monasterio
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