Es alrededor de 1920 cuando
nace la paleoneurología, un ámbito de la paleoantropología dedicado a conocer sobre
el cerebro de las especies de los homininos. En la mitad del siglo XX los
paleoantropólogos se preocuparon por conocer el tamaño y la forma de los
cerebros que ocuparon los cráneos que se recuperaban en yacimientos de África y
Eurasia. Emiliano Bruner, define la paleoneurología como aquel ámbito de la
ciencia “que se ocupa del estudio y análisis de anatomía y morfología
endocraneal de los grupos humanos extintos, a través de los moldes
endocraneales y de la morfología digital” y “permite conocer la evolución del
cerebro del individuos fósiles mediante análisis anatómicos y morfológicos de
sus caracteres y volúmenes endocraneales”. Gracias a ello “se podrán
desarrollar hipótesis acerca de los procesos fisiológicos y funcionales, así como estudiar posibles
implicaciones en contextos cognitivos”.
Como es sabido, los cerebros
no fosilizan. No solo se carece de este órgano, sino que resulta muy complicado
tener una idea aproximada de cómo funcionaba. Su mente, ese prodigio bioquímico
y fisiológico que nos permite pensar, leer, reflexionar, ver, escuchar, sentir
o realizar cualquier movimiento, será durante décadas una entidad desconocida
para la ciencia. El registro arqueológico permite realizar no pocas inferencias
sobre las destrezas o la capacidad de organización de nuestros antepasados más
remotos. Pero el alcance de estos conocimientos es tan limitado como ese
registro y en ocasiones altamente especulativo. El proyecto que investiga sobre
nuestro cerebro y nuestra mente permitirá ampliar las inferencias que se
realizan a partir de los vestigios arqueológicos del pasado. Pero no nos dirá
mucho más de lo que explican en este momento los fósiles.
Hasta hace pocos años los
moldes se obtenían con resina sintética. Pero la tomografía axial computarizada
(TAC) ha venido a sustituir con gran éxito a los moldes físicos. Todos los
estudios se realizan con imágenes digitales, mucho más precisas y se puede
compartir información a través del envió de esas imágenes a cualquier parte del
mundo.
Es importante saber que el
cerebro está protegido por las tres meninges, de dentro a fuera piamadre,
aracnoides y duramadre. Esta última es la más gruesa y consistente, uniendo con
fuerza el cerebro a la cara interna del cráneo. Esta capa contiene vasos
sanguíneos de cierto tamaño, que dejan su impronta en el hueso y permiten
conocer algo sobre la irrigación del cerebro. El tamaño y la forma de los
moldes endocraneales permiten inferir la evolución del tamaño del cerebro, en
su conjunto y en sus diferentes parte. Por descontado, estos moldes (físicos o
digitales) no pueden informarnos sobre las regiones internas del cerebro. Nada
se puede saber de la amígdala cerebral, el hipocampo, la corteza cingulada
anterior o sobre regiones internas del neocórtex. Así que hay que conformarse
con averiguar cómo han evolucionado el cerebelo, los diferentes lóbulos, así
como algunos detalles interesantes de estas regiones (áreas de Broca y Wernike)
y las posibles asimetrías de estas regiones. No es poco, pero hay que seguir
investigando mucho antes de sentirse satisfecho.
En el género Homo el volumen endocranear ha
multiplicado su volumen por tres, pero la forma ha permanecido muy similar,
como ha mostrado Eva del Pozo, del equipo de investigadores de Atapuerca. Los
humanos de la Sima de los Huesos y los neandertales, que muestran similitudes y
algunas diferencias, representan un grupo humano separado del resto de especies
primitivas del género Homo (Homo habilis y Homo erectus). Pero la separación es mucho más importante entre
nuestra especie y las demás. Los moldes endocraneales de los sapiens más
antiguos ya nos muestran una forma denominada globularización. Este proceso ha
consistido en una expansión relativa del lóbulo frontal y de los lóbulos
temporales, una expansión relativa de la fosa craneal posterior, un
aplanamiento del área occipital y una flexión de la base del cráneo. Todo
ello ha dado lugar a un cerebro
redondeado, en contraposición al cerebro bajo y alargado de todas las demás
especies del género Homo. La globularización ha sido posible gracias a un
simple cambio en la trayectoria de crecimiento del cerebro durante el primer
año de nuestra vida extrauterina. Quizá solo fue necesario modificar uno o dos
genes para conseguir este cambio, que a la postre pudo ser responsable de un
incremento de nuestra capacidad cognitiva. Lo cierto es que ahora tenemos una
cultura (que incluye la ciencia y la tecnología) muchísimo más avanzada que
hace 100.000 años. Esto no sería posible sin un cerebro más complejo (pero no
más grande) y una socialización extrema. Trabajar en equipo nos ha hecho más
capaces. Las individualidades son sinónimo de fracaso en un mundo cada vez más
globalizado.
Fotos: Museo de la Evolución, Burgos - España
NEUROCIENCIAS Y PALEONEUROLOGÍA
AUTOR:
Félix
Piñerúa Monasterio
DISEÑO
Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia
FOTOGRAFÍA:
Félix
Piñerúa Monasterio