jueves, 15 de octubre de 2015

Neurociencias y Paleoneurología

Es alrededor de 1920 cuando nace la paleoneurología, un ámbito de la paleoantropología dedicado a conocer sobre el cerebro de las especies de los homininos. En la mitad del siglo XX los paleoantropólogos se preocuparon por conocer el tamaño y la forma de los cerebros que ocuparon los cráneos que se recuperaban en yacimientos de África y Eurasia. Emiliano Bruner, define la paleoneurología como aquel ámbito de la ciencia “que se ocupa del estudio y análisis de anatomía y morfología endocraneal de los grupos humanos extintos, a través de los moldes endocraneales y de la morfología digital” y “permite conocer la evolución del cerebro del individuos fósiles mediante análisis anatómicos y morfológicos de sus caracteres y volúmenes endocraneales”. Gracias a ello “se podrán desarrollar hipótesis acerca de los procesos fisiológicos  y funcionales, así como estudiar posibles implicaciones en contextos cognitivos”.
Como es sabido, los cerebros no fosilizan. No solo se carece de este órgano, sino que resulta muy complicado tener una idea aproximada de cómo funcionaba. Su mente, ese prodigio bioquímico y fisiológico que nos permite pensar, leer, reflexionar, ver, escuchar, sentir o realizar cualquier movimiento, será durante décadas una entidad desconocida para la ciencia. El registro arqueológico permite realizar no pocas inferencias sobre las destrezas o la capacidad de organización de nuestros antepasados más remotos. Pero el alcance de estos conocimientos es tan limitado como ese registro y en ocasiones altamente especulativo. El proyecto que investiga sobre nuestro cerebro y nuestra mente permitirá ampliar las inferencias que se realizan a partir de los vestigios arqueológicos del pasado. Pero no nos dirá mucho más de lo que explican en este momento los fósiles.
Hasta hace pocos años los moldes se obtenían con resina sintética. Pero la tomografía axial computarizada (TAC) ha venido a sustituir con gran éxito a los moldes físicos. Todos los estudios se realizan con imágenes digitales, mucho más precisas y se puede compartir información a través del envió de esas imágenes a cualquier parte del mundo.
Es importante saber que el cerebro está protegido por las tres meninges, de dentro a fuera piamadre, aracnoides y duramadre. Esta última es la más gruesa y consistente, uniendo con fuerza el cerebro a la cara interna del cráneo. Esta capa contiene vasos sanguíneos de cierto tamaño, que dejan su impronta en el hueso y permiten conocer algo sobre la irrigación del cerebro. El tamaño y la forma de los moldes endocraneales permiten inferir la evolución del tamaño del cerebro, en su conjunto y en sus diferentes parte. Por descontado, estos moldes (físicos o digitales) no pueden informarnos sobre las regiones internas del cerebro. Nada se puede saber de la amígdala cerebral, el hipocampo, la corteza cingulada anterior o sobre regiones internas del neocórtex. Así que hay que conformarse con averiguar cómo han evolucionado el cerebelo, los diferentes lóbulos, así como algunos detalles interesantes de estas regiones (áreas de Broca y Wernike) y las posibles asimetrías de estas regiones. No es poco, pero hay que seguir investigando mucho antes de sentirse satisfecho.
En el género Homo el volumen endocranear ha multiplicado su volumen por tres, pero la forma ha permanecido muy similar, como ha mostrado Eva del Pozo, del equipo de investigadores de Atapuerca. Los humanos de la Sima de los Huesos y los neandertales, que muestran similitudes y algunas diferencias, representan un grupo humano separado del resto de especies primitivas del género Homo (Homo habilis y Homo erectus). Pero la separación es mucho más importante entre nuestra especie y las demás. Los moldes endocraneales de los sapiens más antiguos ya nos muestran una forma denominada globularización. Este proceso ha consistido en una expansión relativa del lóbulo frontal y de los lóbulos temporales, una expansión relativa de la fosa craneal posterior, un aplanamiento del área occipital y una flexión de la base del cráneo. Todo ello  ha dado lugar a un cerebro redondeado, en contraposición al cerebro bajo y alargado de todas las demás especies del género Homo. La globularización ha sido posible gracias a un simple cambio en la trayectoria de crecimiento del cerebro durante el primer año de nuestra vida extrauterina. Quizá solo fue necesario modificar uno o dos genes para conseguir este cambio, que a la postre pudo ser responsable de un incremento de nuestra capacidad cognitiva. Lo cierto es que ahora tenemos una cultura (que incluye la ciencia y la tecnología) muchísimo más avanzada que hace 100.000 años. Esto no sería posible sin un cerebro más complejo (pero no más grande) y una socialización extrema. Trabajar en equipo nos ha hecho más capaces. Las individualidades son sinónimo de fracaso en un mundo cada vez más globalizado.

Fotos: Museo de la Evolución, Burgos - España

NEUROCIENCIAS  Y PALEONEUROLOGÍA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia
FOTOGRAFÍA: Félix Piñerúa Monasterio

jueves, 1 de octubre de 2015

Neurociencias y Arqueología

Investigadores de la Universidad del País Vasco/EHU estudian en lascas de sílex la lateralidad de los humanos del paleolítico, es decir, qué mano usaban para tallar sus útiles
Según Eder Domínguez-Ballesteros, coautor del artículo ‘Flint knapping and determination of human handedness. Methodological proposal with quantifiable results', la lateralidad está relacionada con la forma de organización de nuestro cerebro, y asigna roles distintos a cada una de nuestras extremidades al realizar una tarea determinada. Estudiar la lateralidad, su origen y desarrollo ayuda a comprender mejor la organización cerebral y sus asimetrías, y a saber cómo han evolucionado estas a lo largo de la historia.
La lateralidad es la preferencia de los humanos por un lado de nuestro cuerpo; ser zurdo o diestro, por ejemplo, o usar preferentemente determinado ojo u oído. En opinión del geólogo y primatólogo Eder Domínguez-Ballesteros, "el comportamiento lateralizado humano ha podido tener algún tipo de reflejo en sus productos tecnológicos, especialmente en sus manufacturas. Por otra parte, la talla lítica —inherente a nuestro género desde los primeros estadios de su evolución— es una excelente fuente de información para el estudio del proceso de lateralización de los humanos".
La investigación se ha desarrollado de la siguiente manera: "Se han analizado las lascas, que pueden ser producto de una talla lítica, un resto…, o un soporte para fabricar un útil. Nosotros nos fijamos en el talón de la lasca, que es donde queda preservada una parte de la plataforma de percusión. Las fracturas que aparecen en dicha plataforma se orientan en función de la dirección del impacto del percutor en aquella. Una vez que se conoce la dirección del impacto, se puede saber si se ha hecho con la mano izquierda o con la derecha, con un alto grado de fiabilidad", explica Domínguez-Ballesteros.
"Un tallista, sea zurdo o diestro, para impactar en un mismo punto del núcleo, tiene que girarlo, para colocárselo en un lado o en otro. El ángulo con el que inciden con el percutor tanto el diestro como el zurdo sería el mismo, pero en dirección exactamente opuesta", continúa el investigador, quien añade: "El núcleo es el fragmento de materia prima del que se extraen las lascas, y la plataforma de percusión, la superficie donde es golpeado el núcleo".
Una Lasca, un Tallista
Los primeros trabajos orientados a determinar la lateralidad humana a través de las lascas —producto de la talla lítica de nuestros antepasados— fueron efectuados por Toth en 1985. Según este investigador, un tallista diestro giraría el núcleo, a medida que fuera extrayendo lascas, en sentido dextrógiro (en el mismo sentido que las agujas del reloj), mientras que un tallista zurdo lo haría en sentido contrario (levógiro). Investigaciones posteriores (Patterson y Sollberg) probaron, sin embargo, que un tallista zurdo puede producir cierto número de lascas diestras, y viceversa.
Más tarde, Rugg y Mullane estudiaron la orientación del cono de percusión de la lasca, y la relacionaron con la dirección del ángulo de percusión; sin embargo, Bargalló y Mosquera demostraron que el método de Rugg y Mullane, por sí solo, no permite determinar la lateralidad del tallista. Domínguez-Ballesteros y Álvaro Arrizabalaga, por último, proponen un método que permite relacionar cada lasca individual con la lateralidad del tallista que la produjo, sin necesidad de contar con varia lascas elaboradas por un mismo tallista. Se trata, por tanto, de un método extensivo, que puede aplicarse a lo largo de diferentes periodos del registro arqueológico.

Referencias bibliográficas
Domínguez-Ballesteros, E. y Arrizabalaga, A. (2014). Laterality in the first Neolithic and Chalcolithic farming communities in northern Iberia. Laterality, 20, 371–387.doi:10.1080/1357650X.2014.982130
Domínguez-Ballesteros, E. y Arrizabalaga, A. (2015). Flint knapping and determination of human handedness. Methodological proposal with quantifiable results. The Journal of Archaeological Science. doi:10.1016/j.jasrep.2015.06.026


Fotografía: UPV/EHU